Por Elena Luz González Bazán especial para Latitud Periódico
24 de julio del 2017
Carlos Guido y Spano fue un poeta nacido en nuestra Ciudad en el siglo XIX. El 19 de enero de 1827 llega al mundo en una prestigiosa familia conformada por el General Guido y Pilar Spano, una dama chilena.
Estudia en Buenos Aires y en 1840 junto a su familia se traslada a Río de Janeiro, donde su padre fue designado embajador.
En 1848 es enviado a París porque su hermano Daniel se encontraba allí enfermo, cuando llega ya había fallecido. Presencia el proceso revolucionario de 1848.
Vuelve a Río de Janeiro y posteriormente viaja a Europa, especialmente a Inglaterra. En 1852 en las provincias Unidas presencia la rebelión de septiembre. Se dedica a las letras y posteriormente forma parte de la defensa de Buenos Aires como ayudante del general Pacheco en la revolución de Lagos. Posteriormente parte a Montevideo acompañando a su padre que había sido desterrado.
Cuando Derqui ocupa la presidencia lo nombra subsecretario del departamento de Relaciones Exteriores, renunciando en octubre de 1861 y vuelve a Montevideo. Vuelve a Brasil en una misión comercial, posteriormente pierde a sus padres.
En Buenos Aires azota otra vez una peste, en este caso la fiebre amarilla de 1871, y se alista como primer soldado en la cruzada defensiva. Pierde también a la esposa. En 1872, siendo ministro de Avellaneda, le confía la Secretaría del Departamento Nacional de Agricultura de reciente creación. En 1874 se alista para la defensa del gobierno en la abortada revolución del 74.
Otra de sus tareas será en la dirección del Archivo General de la Provincia y en la vocalía del Consejo Nacional de Educación. Muere el 25 de julio de 1916.
SU OBRA LITERARIA
Se inicia publicando algunas composiciones en 1854, en la "Revista el Paraná", más tarde publica Ecos Lejanos y en 1871 Hojas al viento y Trova.
Entre sus obras más reconocidas están Myrta en el baño, At Home, A mi hija María del Pilar y muchas otras.
Su obra en prosa Ráfagas publicada en 1879 y también la carta Autobiográfica.
Otro de sus momentos políticos es cuando se opone a la Guerra contra el Paraguay en 1866. Bartolomé Mitre ordena su arresto.
Fundó, además, la Sociedad Protectora de Animales.
HOJAS AL VIENTO
¡Allá van! son hojas sueltas
De un árbol escaso en fruto;
Humildísimo tributo
Que da al mundo un corazón.
Allá van, secas, revueltas
En confuso torbellino,
Sin aroma, sin destino,
A merced del aquilón.
Esas hojas los ensueños
De la vida simbolizan,
Cuando puros divinizan,
La ventura o el afán;
Son emblemas de risueños
Devaneos que en su aurora
La ilusión virgen colora,
¡Y que nunca ¡ay! volverán!
¡Hojas mustias y sombrías!
ya las ramas que adornaron,
Tristemente se doblaron;
El pampero sopló allí.
Las agrestes armonías
Que otro tiempo al aire dieron,
De la tarde se perdieron
En la bruma carmesí.
Allá van, sí, desprendidas
Por las ráfagas de otoño.
Sin que dejen ni un retoño
En su tránsito fugaz;
¡Pobres hojas esparcidas,
Por el viento arrebatadas,
de las vegas encantadas
A que dieron sombra y paz!
FLOR DE LA VIDA
Esta noble sentencia
Que tengo en blanco mármol ya esculpida,
me dijo un sabio de ática elocuencia
Que recuerda a Platón: "la inteligencia
Es la flor de la vida".
AMIRA
¿Conocéis a la rubia y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
Hay en su voz la suavidad de un ruego.
El flamenco nadando en la laguna
Entre el verde juncal, no es más gallardo:
Espira un vago resplandor de luna,
Tiene la fresca palidez del nardo.
Hace soñar; la mente se colora
De su candor al virginal destello;
Se sueña con las rosas, con la aurora,
Con las hebras de luz de su cabello.
Parece que un espíritu celeste
Siguiéndola invisible la perfuma,
Y que su blanca y ondulante veste
Por el aire agitada hiciese espuma.
Ayer la vi pasar en lontananza,
E imaginó mi alma entristecida,
Era el ángel de la última esperanza
Que buscaba, el sepulcro de mi vida.
SOLEDAD
¡Oh soledad! ¡Oh murmurante río,
A cuya margen espontáneos crecen
Los árboles frondosos, que el otoño
Despoja ya de su hojarasca verde!
Huésped errante de la selva oscura
Di en estas limpias aguas. ¡Cuántas veces
Me vio la tarde, absorto en mis recuerdos,
Contemplando su plácida corriente!
La gran naturaleza, de mis penas
Oyó el lamento que hacia Dios asciende:
En su templo inmortal a quien la invoca
Seguro asilo y bálsamos ofrece.
Al dejar sin retorno estos lugares
Tan dulces a mi afán, llevo indeleble
Una impresión de gracia, de frescura,
Y hasta el sahumerio del paisaje agreste.
Como esas aves de amoroso instinto
Que en busca de calor el aire hiende,
Así mis pensamientos al amparo
De los afectos íntimos se vuelven.
¿Pero en cuál mejor sitio hallar la calma,
Y este silencio arrobador, solemne,
Que al fatigado espíritu conforta
Mientras las horas se deslizan breves?
Es aquí donde exhausto peregrino
Quisiera alzar mi solitario albergue,
¡Y arrullado del aura y de las ondas
Vivir lejos del mundo, para siempre!
FUENTES: varias, portales de poemas, poetas y fuentes propias.
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